Concierto de Metallica en Lima: Puro Kilovoltaje y Megajoules
No quise comentar sobre el concierto en los días anteriores pues algo en plena ebullición es difícil mantener estable. Todas nuestras moléculas aun están en pleno desorden y es necesario que se estabilice en parte esa entropía para mantener la coherencia y la credibilidad.
Concierto por demás histórico por muchísimas razones que esta demás enumerar pues todos lo sabemos. Sin embargo las situaciones particulares son interesantes reseñarlas. Soy sanmarquino y he considerado siempre al Estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como un bien inútil. En la época de estudiante le decíamos “el gran chaparral” porque bastaba con asomar por sus tribunas a cualquier hora del día para comprobar que siempre estaban ocupadas por parejas practicando todas las modalidades posibles del amor. Paraíso de vouyeres tenía además un túnel por donde se podía ingresar al gramado y era conocido como “el túnel del tiempo”, pues aseguraban que tras su acceso las parejas sacrificaban su inocencia. Eso no lo puedo asegurar pero bastaba con recorrerlo para encontrar, además de la acumulación de basura y desmonte, numerosos preservativos y papeles acartonados. Haber jugado futbol en ese campo, con el pasto crecido hasta nuestros tobillos fue una experiencia divertida, bizarra, diferente.
Es el mismo estadio donde Santana iba a realizar su concierto en Perú siendo todo un superstar y cuando su actuación en Woodstock estaba aún fresca. El gobierno militar de entonces lo prohibió, los expulsó del país y estando las entradas vendidas, fueron los fans encolerizados que en represalia destruyeron parte del enmallado y otras estructuras y que se mantuvieron así de derruidas cuando lo conocí casi 10 años después, a inicios de los 80.
Esas son mis razones particulares. Volver después de muchos años a ese lugar, ya remodelado y rescatado de otras furias y en compañía de mi hijo, fue un privilegio. Cuatro horas de espera se hicieron cortas con todas las anécdotas que vimos, oímos y pasamos la noche del 19 de Enero. Siempre he dicho que el intro de los conciertos de Metallica es el más espectacular de todos a los que he acudido. Siempre el mismo, siempre fascinante. Vivirlo es inimaginable y hasta ahora me deja trémulo Ennio Morricone. Pero el balazo que siguió a éste con “Creeping Death” simplemente fue demoledor. Todo el concierto fue una manifestación Einsteniana, una comprobacion in situ del E= mc2. Megavoltios en pleno feedback, iban y retornaban del escenario al público. Nunca una entrada estuvo mejor pagada en Lima. Yo, pegado a la valla me sentí un privilegiado junto a mi hijo gozando de la expresión de ese arte del Metal, que es eminentemente testosterónico y que no da concesiones para el amaneramiento. Y ahí arriba esos cuatro contemporáneos míos enviando esos megajoules a todos nosotros, sin compasión alguna, sin tregua. Abajo, testosterona y estrógenos mezclados, hermanados, fundidos, extasiados en rituales casi primarios.
La salida fue algo lenta, pero sin ningún espacio para el descontrol. Todos ya liberados de esa energía contenida, descansaban en las aceras, sedientos, extenuados pero con rostros de felicidad plena. Ahora se necesitaba regresar a casa de cualquier manera, no era nada difícil a estas alturas. A la mañana siguiente, mientras pasaba visita a mis pacientes, tenía la certeza de que nadie me iba quitar jamás lo pogueado.
Concierto por demás histórico por muchísimas razones que esta demás enumerar pues todos lo sabemos. Sin embargo las situaciones particulares son interesantes reseñarlas. Soy sanmarquino y he considerado siempre al Estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como un bien inútil. En la época de estudiante le decíamos “el gran chaparral” porque bastaba con asomar por sus tribunas a cualquier hora del día para comprobar que siempre estaban ocupadas por parejas practicando todas las modalidades posibles del amor. Paraíso de vouyeres tenía además un túnel por donde se podía ingresar al gramado y era conocido como “el túnel del tiempo”, pues aseguraban que tras su acceso las parejas sacrificaban su inocencia. Eso no lo puedo asegurar pero bastaba con recorrerlo para encontrar, además de la acumulación de basura y desmonte, numerosos preservativos y papeles acartonados. Haber jugado futbol en ese campo, con el pasto crecido hasta nuestros tobillos fue una experiencia divertida, bizarra, diferente.
Es el mismo estadio donde Santana iba a realizar su concierto en Perú siendo todo un superstar y cuando su actuación en Woodstock estaba aún fresca. El gobierno militar de entonces lo prohibió, los expulsó del país y estando las entradas vendidas, fueron los fans encolerizados que en represalia destruyeron parte del enmallado y otras estructuras y que se mantuvieron así de derruidas cuando lo conocí casi 10 años después, a inicios de los 80.
Esas son mis razones particulares. Volver después de muchos años a ese lugar, ya remodelado y rescatado de otras furias y en compañía de mi hijo, fue un privilegio. Cuatro horas de espera se hicieron cortas con todas las anécdotas que vimos, oímos y pasamos la noche del 19 de Enero. Siempre he dicho que el intro de los conciertos de Metallica es el más espectacular de todos a los que he acudido. Siempre el mismo, siempre fascinante. Vivirlo es inimaginable y hasta ahora me deja trémulo Ennio Morricone. Pero el balazo que siguió a éste con “Creeping Death” simplemente fue demoledor. Todo el concierto fue una manifestación Einsteniana, una comprobacion in situ del E= mc2. Megavoltios en pleno feedback, iban y retornaban del escenario al público. Nunca una entrada estuvo mejor pagada en Lima. Yo, pegado a la valla me sentí un privilegiado junto a mi hijo gozando de la expresión de ese arte del Metal, que es eminentemente testosterónico y que no da concesiones para el amaneramiento. Y ahí arriba esos cuatro contemporáneos míos enviando esos megajoules a todos nosotros, sin compasión alguna, sin tregua. Abajo, testosterona y estrógenos mezclados, hermanados, fundidos, extasiados en rituales casi primarios.
La salida fue algo lenta, pero sin ningún espacio para el descontrol. Todos ya liberados de esa energía contenida, descansaban en las aceras, sedientos, extenuados pero con rostros de felicidad plena. Ahora se necesitaba regresar a casa de cualquier manera, no era nada difícil a estas alturas. A la mañana siguiente, mientras pasaba visita a mis pacientes, tenía la certeza de que nadie me iba quitar jamás lo pogueado.
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