Magister

Manuel era un niño pacifico, casi solitario, soñador. Su amigo Hugo, el único y por lo tanto el mejor amigo del colegio. Crecieron juntos, jugaban y reían desde que se conocieron en el primer grado. Los solitarios siempre son bichos raros en los colegios pero los pacíficos son el destino de las burlas. Ya prepuberes, empezaron a caminar por caminos distintos. Manuel, seguía siendo pacifico y Hugo en su afán de supervivencia en esa jungla escolar, se volvió ruin. Un día, emparentados por la vileza, Hugo y un matón perpretaron los hechos. Pretendiendo cobrar una deuda inexistente, el matón rodeó su brazo en el débil cuello de Manuel mientras Hugo plegaba su rostro e inclinando el cuerpo le cobraba a viva voz. Se jactaba en ese ritual tanático, de su amistad con el matón. Todos los muchachos arremolinados, se reían, escupían. Después de un forcejeo, Manuel nunca había sentido tanta violencia absurda, el cuello fue liberado.
La traición apenas nacida, había parido al rencor.

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